23.4.06

Bienvenidos
Espero que a partir de hoy este blog se convierta en punto de encuentro de todos los que quieren saber algo más de la actualidad de Almería. Aquí no sólo aparecerán los artículos publicados en la contraportada del Diario de Almería, si no también comentarios sobre otras cuestiones.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Pepe Pérez, socialista y progresista




Pepe Pérez, socialista, progresista y en ratos libres de una ONG, abre la puerta de su casa porque alguien ha llamado. Al abrir la puerta se cuelan de sopetón, antes de que él reaccione y pueda cerrarla, cinco musulmanes (en realidad, tres moros y una mora con su hijito). Uno viene depauperado, el otro medio desnudo, la mujer llorando y el niño lleno de pústulas. Sólo hay uno sano y fuerte que es, posiblemente, de la mafia. Le piden protección, comida, vestido, cura y un lugar para dormir. Pepe Pérez, que pese a ser político tiene sentimientos, se enternece y, con la ayuda de su mujer "Pasio", cura al niño, viste al desnudo, alimenta a todos (también al de la mafia) y seca las lágrimas de la mujer. Después los acomoda como puede, pues la casa sólo tiene una superficie de 250 metros cuadrados con tres únicos cuartos de baño, cuyo funcionamiento les enseña, aunque el de la mafia ya lo sabe, porque tiene residencia en un caro hotel de Rabat. Pepe habla con ellos y les dice que al día siguiente tendrán que abandonar la casa para acudir a los centros sociales del Ayuntamiento, pero ellos gritan que no, que la policía los quiere repatriar y que si quiere echarlos deberá hacerlo por la fuerza. Ni Pepe ni la "Pasio" se atreven a salir de la casa para comprar o hacer gestiones. Llaman por teléfono a su ONG pero ellos le dicen que están hasta el gorro de trabajo y que esperen, que ya les llamarán.

La nevera está casi vacía, pues los visitantes, menos uno, traen hambre desde la última glaciación; los cuartos de baño van necesitando una desinfección a fondo. Pepe dice a "Pasio" que salga por comida y para hacer gestiones, mientras que él se queda en casa para "guardar la viña". La mujer abre la puerta y, antes de que pueda cerrarla, se le cuelan seis subsaharianos, más un ubzistano con su abuela. Una fugaz visión del rellano de la escalera le muestra una multitud oscura que espera "su turno". Ya son doce los "sin papeles" colados en la casa de Pepe, aunque en realidad son catorce porque uno de los colados es "una". Se trata de una mujer que espera gemelos. Alguno viene con un ojo hinchado, otro trae las manos vendadas con trapos sanguinolentos, la de los gemelos, que está rolliza, dice que tiene depresiones y necesita ciertas infusiones. Pepe observa que un subsahariano ha cogido su teléfono y habla a gritos con alguien "¿Qué dice éste?", pregunta a otro que chamulla el español. "Hablar con sus amigos y decir que en esta casa acoger como amigos". Pepe toma una decisión. Coge unos petardos de feria que su nieto ha dejado en un cajón, abre una rendija de la puerta, y lo lanza al otro lado de la multitud del descansillo que se distrae con el petardazo, dando tiempo a la "Pasio" para escurrirse hacia fuera dispuesta a pedir ayuda. "Pasio" recorre" varias oficinas, dependencias y entidades particulares, autonómicas y centrales, pero sólo consigue que le den cita para otro día. Sólo hay un "facha" que le dice que llame a los antidisturbios. Esa barbaridad no lo puede hacer ¿Qué dirían los de su partido o su ONG? Habrá que tener paciencia.

Se limita a ir a un supermercado y pedir que le envíen una larga lista de productos a su casa. Ya pedirá que le reembolsen el dinero a alguna entidad oficial o al Consejo de Europa. Otro petardazo de Pepe consigue distraer al personal esperante y así puede meter a su mujer en casa que la da cuenta del fracaso de su gestión. Pasan dos días, los catorce asilados han visto incrementado su número con otros tres que nadie sabe por donde han entrado, posiblemente trepando por una palmera cuya cresta roza el balcón de la casa de Pepe. La comida ha sido subida con cestas y cuerdas, aunque el último envío ha sido asaltado por los esperantes y no ha llegado ni la cesta, incluso falta un trozo de cuerda. Pepe ya no puede hablar por teléfono. Una pelea entre la abuela del ubzistano y un subsahariano por el derecho a telefonear se ha saldado con un herido, el ubezsitano, y un desaparecido, el subsahariano, además del teléfono arrancado de la pared. Los tres móviles de Pepe han desaparecido, mientras su factura de Telefónica se dispara. Pepe hace un recuento y observa que el número de asilados en su casa es de treinta y siete. Y es que, sin darse cuenta, se le han ido colando por los conductos del aire acondicionado general de la casa. "Habrá que hacer algo?", dice Pepe. "¿Pero el qué?- contesta "Pasio"-, ten en cuenta tu posición, tus ideas, lo que has escrito, no podemos echar a estos desgraciados ¿qué dirían de ti?".

"Pasio" tiene una idea. Consigue salir a la escalera sin que se cuelen en casa nada más que dos beluchistanos, y grita a la multitud, que ha convertido la zona en un vertedero, que en los pisos de arriba y de abajo tienen alojamiento. Los más rápidos se lanzan al nuevo objetivo, pero ¡ay!, los vecinos, escarmentados en cabeza ajena, han blindado puertas, colocado minas contra personal, pinchos venenosos y han pedido ayuda al Mossad para que les manden helicópteros con misiles mata líderes terroristas palestinos. "Pasio" es expedientada en el colegio donde daba clases por faltas de asistencia sin justificar, y su plaza de profesora posiblemente le será dada a una búlgara que ya tiene papeles y que cobrará menos porque es soltera y con ningún trienio. Las quejas de Pepe han sentado mal al partido y a la ONG que están decididos a darle de baja. Veintidós días después del inicio de la invasión, en la casa de Pepe hay ciento seis "sin papeles".

El día veintitrés se produce un incendio al propagarse la hoguera hecha con algunos muebles del salón, donde se cocinaba un ragut de ternera, y el piso arde como una tea. El fuego se propaga al rellano y del rellano a otros pisos. Poco después la antorcha urbana se ve desde la Presidencia del Gobierno. Sólo hay noventa y nueve muertos gracias a la rapidez de los bomberos. Al propietario de la casa le multan por acoger en su casa, sin permiso y sin medios contra incendios, a tanta gente. Pero Pepe y "Pasio" no pagarán la multa porque ¡por fin! se han acabado sus problemas, pero además del todo, porque sus cuerpos se han convertido en abono que el viento de la tarde reparte por toda la ciudad. Si el inteligente lector es capaz de trasladar los problemas de Pepe a los problemas de España, habrá aceptado un pleno, aunque sin el premio de un chalet en Torrevieja.

Ana Maria Rodriguez.